Hace años, mi familia recibió la noticia de que un conductor que iba texteando atropelló y mató al esposo de mi hermana, que iba en bicicleta. Ese mismo mes, falleció un tío muy cercano y querido y mi sobrina recibió en su casa a mi familia y otros familiares que viajaron desde Texas para los funerales. Ella nos llevó de un sitio a otro, nos cocinó y nos sirvió con alegría. Los árboles de su jardín estaban cambiando de color, y aproveché para sentarme en su terraza y disfrutar de los tonos naranjas, dorados y rojizos mientras disfrutaba de la compañía de mi familia. Después del funeral, todos mis hermanos y mis padres —siete personas que no habíamos estado juntas en quince años— compartimos una cena juntos al aire libre. A pesar de las circunstancias dolorosas, apreciamos la comunión que pudimos tener, mientras enfrentábamos la dura realidad de que la vida es corta, los votos matrimoniales tienen un fin, y el ser humano es frágil. En medio del duelo, Dios nos sostuvo con su amor fiel.
En el funeral de mi tío se leyó un versículo de Jeremías, unas palabras de un profeta traumatizado al observar su entorno tras la destrucción de los babilonios, el antes majestuoso templo de Salomón —con sus molduras de oro, granadas talladas y paneles de cedro— quedó reducido a escombros, saqueado y quemado. La ciudad había sido destruida, y su pueblo llevado al exilio. En este pasaje, Jeremías contemplaba todo eso y lloraba pérdidas mucho mayores que las que yo estaba lamentando.
Aun así, Jeremías se recordó a sí mismo que, aunque Dios “si aflige, también se compadecerá según Su gran misericordia (hesed). Porque Él no castiga por gusto ni aflige a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:32–33). A pesar de la fragilidad humana, Dios es fiel a su pueblo. Fue el hesed de Dios lo que le dio esperanza a Jeremías. Él sabía que Dios sería misericordioso y seguiría firme en su amor.
Si Dios tuviera una palabra clave para describirse a sí mismo, seguramente se nos ocurriría decir omnipotente, omnisciente u omnipresente —todas ciertas—. Pero en la primera ocasión en la que Dios revela su naturaleza en las Escrituras, se presenta a Moisés en la zarza ardiente como “Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia (hesed)” (Éxodo 34:6). La palabra hesed se suele traducir como “compasión” o “misericordia”, pero también conlleva la idea de fidelidad al pacto, constancia y compromiso.
Fue precisamente el hesed de Dios lo que tanto molestó a Jonás, quien quería ver al Todopoderoso destruir a sus enemigos, los ninivitas. Pero Dios tuvo misericordia de ellos. Entonces Jonás se quejó ante Dios diciendo: “yo sabía que Tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia (hesed)…” (Jonás 4:2). Para Jonás, el problema era el hesed de Dios. Incluso en su ira, Dios seguía mostrando misericordia.
La palabra hesed aparece de nuevo en Isaías 40, donde el hesed de la hierba se contrasta con la naturaleza eterna de la Palabra de Dios: “Entonces él respondió: «¿Qué he de clamar?». Que toda carne es como la hierba, y todo su esplendor (hesed) es como la flor del campo. Se seca la hierba, se marchita la flor cuando el aliento del Señor sopla sobre ella; en verdad el pueblo es hierba. Se seca la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isaías 40:6–8).
El hesed de la hierba es fugaz. Su constancia, apenas un suspiro —igual que los seres humanos. En cambio, el hesed del Señor “jamás termina, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; grande es Tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22–23).
En nuestras alegrías y en nuestras penas, Dios nos sostiene con su amor fiel, paciente, constante y eterno.
Sandra L. Glahn
Además de impartir clases presenciales en el Seminario de Dallas, la Dra. Glahn enseña cursos inmersivos en Italia y el Reino Unido. Es autora de múltiples libros de ficción y no ficción, periodista, y conferencista que promueve un pensamiento transformador, especialmente en temas relacionados con el arte, el matrimonio y los contextos del primer siglo en relación con el género. Sus más de veinticinco libros reflejan su interés por la bioética, la ética sexual y las mujeres en la Biblia. También ha escrito doce estudios bíblicos en la serie Coffee Cup Bible Study. Es bloguera habitual en Engage, el sitio de bible.org para mujeres en liderazgo cristiano, además de escritora en Substack y cofundadora del Museo Visual de Mujeres en el Cristianismo. Está casada con Gary, y tienen una hija casada y una nieta.