El título «Señor» (κύριος) es un poco inocuo hoy en día. Aplicamos este título a cualquier cosa que parezca que tenga autoridad. Los británicos tienen un título formal en su gobierno: «Lor» y «Cámara de los lores». En las películas y la cultura popular oímos títulos como «lor», «señor oscuro» o «lord sith».

En los tiempos bíblicos, también era común usar el título «señor» para distintos contextos. Por ejemplo: simplemente para mostrar respeto (Génesis 19:2)[1], seguramente esta es la intención de algunas de las personas que se dirigen a Jesús como κύριος a principios de su ministerio (Juan 4:49), también se usaba cuando una esposa se dirigía a su esposo (Génesis 18:12), una hija a su padre (Génesis 31:35), al dirigirse al dueño de una propiedad (Éxodo 21:29), o a un dueño de esclavos (Lucas 12:36), y también era un título para referirse a una deidad (Génesis 2:22; Juan 20:28). De hecho, el Antiguo Testamento griego usa la palabra κύριος para referirse a Dios, Yahweh. Los textos no bíblicos revelan que κύριος se aplicaba cada vez más a emperadores en el siglo I[2]. Sobre todo, se aplicó al emperador Nerón a quien llamaban «el señor del mundo entero».[3]

Aunque se podía usar esta palabra en muchas situaciones, el contexto ayudaba a reducir el significado exacto. En el contexto del mundo romano, cuando se aplicaba un título a un emperador, esto sugería que era un señor supremo. En el mundo romano, el emperador era el señor. En el Nuevo Testamento, hay varios lugares en que los escritores añaden modificadores para colocar al Señor Jesús en contraste directo con el señor César. El pasaje donde se ve de forma más explícita es 1 Corintios 8:5-6. «Porque aunque haya algunos llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses y muchos señores, pero para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio de Él existimos nosotros» (NBLA). Pablo menciona a los señores del mundo incluyendo a César. Pero Jesús es superior. Jesús es el único Señor verdadero y supremo. Por tanto, lo reconozcamos o no, Jesús es Señor.

Me gustaría considerar otras dos observaciones personales sobre la palabra κύριος. En primer lugar, a diferencia de hoy en día, aunque el título «señor» se aplique de forma amplia y normalmente no es algo polémico, para los cristianos de la iglesia primitiva, reconocer a Jesús como Señor tenía consecuencias serias. Además de la confesión, esto implicaba ir en contra de la familia, la sociedad y el imperio y confesar que César no era el señor. Policarpo, uno de los padres de la iglesia, fue juzgado por ser cristiano. Para evitar la ejecución, todo lo que tenía que hacer era confesar que César era su señor, sin embargo, él se negó y lo mataron.[4]

En segundo lugar, «señor» (κύριος) no era un simple título. Representa una relación. Al llamar a otra persona «señor» se está reconociendo la superioridad de esa persona o la sumisión a esa persona. Al aceptar esto, esta persona está aceptando una relación de cuidado hacia los que lo llaman Señor. Es una relación recíproca.

En tiempos en que confesar a Jesús como Señor no es más que una declaración verbal, consideremos el contexto en que vivió nuestro Señor. Aceptar a Jesús como Señor no es un conjunto de palabras sino un reconocimiento de que Él es supremo sobre todas las cosas y que nosotros nos sometemos de forma voluntaria a Él. Esto quiere decir que nada ni nadie más es nuestro Señor. De este modo podemos entender lo que dijo Pablo: «Por tanto, les hago saber que (...) nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, excepto por el Espíritu Santo» (1 Cor 12:3). Digámoslo: «¡Jesús es el Señor!»

 

[1] Aunque el Antiguo Testamento se escribió principalmente en hebreo, todas las referencias de este artículo reflejan la traducción griega llamada la septuaginta. Esta era una fuente común que usaban los autores del Nuevo Testamento. Las referencias son las mismas en hebreo y en español.

[2] Véase por ejemplo, el uso de «Señor» para Augusto en Arthur S Hunt (ed. Y trad.), The Oxyrhynchus Papyri, part 8 (Egypt Exploration Fund, 1911), no. 1143.4.

[3] W. Dittenberger (ed.), Sylloge Inscriptionum Graecarum, 3rd ed., vol 2 (Ares, 1915), no. 814.30-31 [A.D. 67].

[4] Martyrdom of Polycarp 8.2; ch. 15.